domingo, 25 de diciembre de 2011

La influencia divina en las constituciones políticas. Parte III



La influencia divina en las constituciones políticas. Parte III

Entre Varrón y el Geviert

Victor Samuel Rivera
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofia

En la época antigua, una polémica entre Varrón y Cicerón acerca de la relación entre los dioses y las ciudades puede ser muy ilustrativa. Varrón argumentaba que las instituciones sociales eran fundadas por los seres humanos. Que, puesto que ellos eran sus creadores, entonces el contenido de tales instituciones era segundo en relación con el rol activo de los hombres. En relación con los dioses, las creencias y el culto que los seres divinos ameritan, éstos son para Varrón fruto del esfuerzo humano por articular y dar forma a la vida civil. A Cicerón le pareció esta postura algo escandalosa, pues presumía que de alguna manera los dioses eran producto de la constitución civil, lo cual podía derivar en la creencia de que los dioses en realidad eran meras ficciones utilitarias y que podía volver el culto una acción injustificada o vacía. Cicerón contestó en su De natura deorum. Sostuvo allí el carácter primero de la divinidad en relación con la ciudad. Nos interesa resaltar que no quiso decir con esto que los dioses habían creado la ciudad, pues los dioses antiguos no eran creadores ni tenían los poderes que los modernos atribuyen a la inteligencia humana. Con el perdón de los expertos, creo que lo que Cicerón quiso decir es que los dioses eran una condición necesaria para el ser de la ciudad, que eran por ello la representación o el arquetipo de la vida civil. Si eran una condición necesaria, la ciudad es impensable sin sus dioses. Otra manera de decirlo es que, en el fondo, aunque no las crean, los dioses son los verdaderos fundadores de las ciudades, lo cual se prueba porque ellos las protegen, razón por la cual su culto es obligatorio. Hay otro ángulo para esta argumentación polémica contra Varrón.


La postura de Cicerón sobre los dioses puede ser tomada como una respuesta a Varrón sobre cómo surgen las constituciones políticas, es decir, los espacios de sentido en el lenguaje de Gadamer.

Varrón presume que los hombres son los agentes de las actividades humanas. Esto es cierto sin más si pensamos en las instituciones en general. Pero aquí nos referimos a los espacios de sentido político que los griegos llamaban ciudades que es el único sobre el que podemos decir que le es propia la pregunta sobre la fundación, sobre el cuándo, el cómo y el quién. Podemos encontrar algunos hombres con biografías como la de Simón Bolívar para algunas ciudades antiguas, pero pronto comprendemos algo más: que muchas ciudades no tienen fundador; y tienen en su lugar en cambio un comienzo desfondado. Ni Cicerón ni Varrón negaron que las ciudades tuvieran un comienzo en el sentido temporal. Lo que Cicerón reprochaba es que la argumentación de Varrón dejaba a las ciudades sin un principio metafísico, es decir, un principio en el sentido de una justificación y una legitimidad, una cierta razón de ser, que podemos considerar mínima para efectos de este texto, que debe ser breve. Hay un sentido genérico en que toda comunidad humana que no es una mera asociación tiene un carácter orgánico, y que es legítima como una cierta forma de vida. Nos ocupamos de las comunidades como “ciudades” aunque puedan más bien ser grandes imperios o tribus semisalvajes, inclusive sin un asentamiento de territorio. El tema de la fundación tiene que ver con el carácter más primario de ser un grupo y tener (o no tener) un comienzo. Cicerón quiso decir que el lugar del desfondamiento, allí donde una incomprensible oscuridad hace de límite al sentido de una cierta existencia política, en particular en el comienzo, es también el lugar de lo divino o lo santo. Y que los dioses, como quiera que los llame la ciudad que los venera, han de recibir culto en calidad de agentes, de agentes no humanos que ocupan el lugar de legisladores o fundadores y que, por ello mismo, son la representación o el prototipo de los gobernantes, que son sus analogías. En realidad el razonamiento de Cicerón puede extenderse a declarar que ese rol fundante no está reservado a los dioses en el comienzo de la ciudad, sino que se extiende siempre, y que justamente en su rol de fundadores es que los dioses son objeto de culto obligatorio en las ciudades.

Una manera de abordar este tema de la fundación de las ciudades y la relación de ésta con los dioses es recurrir a un par de nociones que Heidegger desarrolló entre 1936 y 1938. De esas fechas proceden los ensayos más notorios de los ensayos Holzwege, El origen de la obra de arte y La época de la imagen del mundo. El segundo, pero más notoriamente el primero, son ensayos políticos relacionados con la fundación de instituciones sociales, en especial lo que Heidegger llama expresamente “la fundación de un Estado”. No es innecesario tomar en cuenta el contexto de ambas obras, que es tanto el surgimiento de la Alemania Nacional Socialista como el propio compromiso del autor con esa realidad. La Alemania de 1936 ó 1938 era la Nueva Alemania, la Alemania fundada y Heidegger tenía en ella su ciudad. Pero sería un error detenerse en este aspecto existencial, lo que podríamos considerar la motivación de Heidegger. Habría más bien que dar énfasis a que estos textos, que ordinariamente son asociados de manera exagerada con la estética o la epistemología de la modernidad, intentan dar explicación al tema del principio y del comienzo, de la fundación de instituciones y de la actitud del hombre ante ellas. Esto nos conduce a un esquema interpretativo que, con el perdón de los especialistas, habremos de simplificar. Es un esquema doble. Temporal y espacial. De un lado, el hombre que enfrenta la fundación, pero que la enfrenta como un surgir. Esto se debe a que tiene la experiencia de la fundación, un privilegio de pocos pensadores; de esta experiencia surge una fenomenología del origen, que en ese periodo puede tomarse como una fenomenología de la verdad (de las fundaciones institucionales). De otro, la ubicación del hombre, que en resumidas cuentas se identifica con la ciudad fundada.

En las lecciones de los años de Holzwege que se denominan Aportes sobre el evento y que sólo fueron impresas en 1989, cuando el propio Heidegger podía excusarse con su ausencia de las consecuencias de lo que estuvo haciendo en sus clases, nuestro autor trata de los temas de la fundación y la secuela de preguntas de cuándo, cómo y quién en torno del concepto de “evento apropiador”, que en la literatura especializada se conoce en alemán, como el Ereignis. No pretendemos aquí saber más sobre Heidegger que cualquier estudiante, pero el hecho es que en sus lecciones del periodo 1936-1938 el tema del Ereignis, junto con el comienzo de las instituciones, aparece como un punto central de su reflexión. El Ereignis es en principio la experiencia de la fundación como un comienzo, pero también la experiencia de un lugar, del lugar donde el evento adquiere realidad histórico-social. Por “fundación” se entiende, en términos generales, el acontecer del mundo histórico, expresión que significa el comnpromiso con ciertas unidades histórico-sociales. Podría ser una ciudad griega, pero también un reino nómade o un gran imperio burocrático. Aquí hemos preferimos llamar a estas unidades “espacios de sentido”. Empleamos la expresión de Gadamer para tratar de las instituciones humanas en tanto se relacionan en unidad focal con un referente existencial, es decir, en tanto se reconocen en una identidad política, una realidad fundada que es el horizonte de la experiencia del hombre. Pensemos en la Nueva Alemania, o también, para el gusto, en la Nueva Rusia luego de que sus legítimos soberanos fueran debidamente asesinados. La unidad focal es aquí la ciudad. Damos por sentado que en ningún caso una ciudad es una asociación, es decir, una institución voluntaria. Un rasgo de lo “existencial” aplicado a las ciudades es que la adherencia es no voluntaria, es decir, es no elegida. Por abreviar, vamos a continuar llamando a ese referente “la ciudad” aunque Heidegger no lo haya hecho.

En las clases de Heidegger del periodo aludido el Ereignis aparece junto con la fundación, el fundar y el fundamento. Es manifiesto que Heidegger llama Ereignis a una realidad histórico social, a un mundo histórico y, por lo mismo, a unas instituciones en tanto éstas requieren justificación y muestran o exigen legitimidad. En el parágrafo 190 de estas lecciones parece expresar que el Ereignis es de alguna manera una experiencia humana que requiere, para decirlo con palabras de Aristóteles, “una disposición de ánimo”. El hombre tiene la experiencia del Ereignis como un reconocimiento. En algún sentido es en el Ereignis aparece la unidad focal que confiere sentido al mundo histórico, esto es, el Ereignis asigna un lugar para la experiencia de reconocimiento, es decir, abre el espacio de sentido, lo que en la versión que manejamos se denomina un “quiebre” o una “rajadura”. El Ereignis se relaciona con la fundación y ésta es el reconocimiento de un sentido frente a lo infundado, que carece de sentido. Con la venia de los expertos, voy a interpretar el parágrafo 190 como la exposición del espacio en que el Ereignis se funda como un sentido. Heidegger lo presenta como un vínculo de cuatro instancias que se conoce como el Geviert, esto es, la cuadratura.


La “cuadratura” es un concepto que, por su oscuridad, no es de extrañarse que haya sido dejado para publicarse luego de la muerte. En el Geviert “encuadra” el Evento, en el sentido de que lo enmarca y también de que le permite ser experimentado como un sentido. El rol del marco en un cuadro es uno de los motivos del ensayo El origen de la obra de arte, y alude al cuadro como un acontecimiento que allí se denomina su “verdad”, pero también su esencia, esto es, la definición de lo que el cuadro es en tanto le dice algo al hombre. En general, la cuadratura aparece como configuradora de un espacio dentro del cual tiene sentido el evento. Heidegger expresa esto con un gráfico. Coloca el evento en el medio de un esquema del cual salen unas flechas. El Geviert, cuya figura es el Evento, es un cuadrado formado por cuatro esquinas, dos de ellas representan una forma peculiar de espacio, y otras dos un cierto tipo de agente. Está implícito que los agentes actúan en los espacios o que los espacios son actuados por los agentes. Son hombres y dioses, mundo y Tierra. Ya que nos interesa la fundación y el tema del comienzo, del cuándo, cómo y quién, y sabemos que es posible el pensar de la fundación sin un comienzo, nos interesa subrayar aquí a los agentes, pues los agentes son propiamente los que fundan y hemos visto en de Maistre, pero luego en Varrón y Cicerón, cómo esta temática de la ausencia de comienzo nos remite a preguntar por el principio sin fondo que funda las instituciones sin comienzo.


En la manera expositiva de Heidegger está implícito que todas las instancias del cuadrado se coimplican e interactúan, pero es manifiesto que sólo algunos son agentes. Los hombres son agentes del mundo (Welt), y este mundo puede identificarse como la ciudad, en el sentido del lugar donde actúan propiamente los hombres. Esto nos sugiere que el lugar propio de acción de los dioses es la Tierra. El mundo es lo que es disponible para el hombre, en él, en la ciudad, se halla lo que el hombre hace y lo que a él le pertenece. La Tierra, por contraposición, es el espacio de lo indisponible, es decir, de todo aquello en que la agencia humana no está en su lugar. En la Tierra ocurren cosas que el hombre no hace, al menos no normalmente, como un terremoto. Pero puede atribuirse a la Tierra aquellas consecuencias de las acciones humanas que no pueden ser controladas por la ciudad y que es en la ciudad que tienen lugar. Cuando esto sucede en particular, pero también en ocasión de grandes calamidades terrestres, se hace un quiebre que es un cambio de constitución, y entonces el hombre tiene la experiencia de la fundación. Supongamos que existe una sociedad basada en la idea de que el mercado es la condición metafísica de la existencia humana, que éste se regula solo –esto es, con el concierto de las voluntades humanas que intercambian preferencias- y que la libertad del hombre, en ese supuesto, tiene derecho a todo virtualmente Un buen ejemplo de una intervención terrestre sería una crisis económica impredecible e inmanejable, que obligara a los hombres a hacer cosas en la ciudad que no desean y que nunca se les habrían ocurrido de no mediar esta intervención. Pensemos en otro ejemplo.

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Los dioses y la política La influencia divina en las constituciones políticas Parte II. Descartes y las dos ciudades



Los dioses y la política
La influencia divina en las constituciones políticas

II.Descartes y las dos ciudades

Víctor Samuel Rivera
Universidad Nacional Federico Villarreal

Descartes, en el cuadro del Discours de la Méthode al que antes aludimos era consciente de que las ciudades, esto es, los espacios de sentido políticos, no corresponden casi nunca con la obra de un sabio legislador. Incluso puede haber un origen del Estado, o del Reino y un fundador. Pero no puede decirse lo mismo de la constitución política, esto es, del cuerpo de leyes que rigen un espacio y marcan su diferencia con otro u otros espacios. Descartes alude como contraste de su modelo de ciudad a las ciudades medievales o a las ciudades antiguas, construidas como un laberinto azaroso de edificaciones superpuestas a lo largo del tiempo. Alguna vez Freud utilizó esta analogía de la ciudad para referirse al orden de la mente humana y diferenciarla de la manera mitológica como se la suelen representar los filósofos modernos, como una inteligencia transparente y autónoma. Justamente, Descartes quiso sugerir que las ciudades, es decir, los espacios de sentido político, pierden las características que él atribuía a la racionalidad en ausencia de la inteligencia de un fundador, que sin un comienzo en sentido estricto no era posible un principio, que las ciudades no fundadas por un hombre o un conjunto de hombres eran vacías metafísicamente hablando. Podríamos decir que eran desfondadas, para seguir una metáfora cara al pensamiento de Descartes y del mundo moderno, decir que “carecen de fundamento”. Escribió alguna vez eso de los libros de Galileo: “construye sin fundamento”. Pero habría que pensar aquí lo mismo que Freud sobre la psyche humana, una vez concedido que la mente no es una entidad omnipotente análoga al Dios Todopoderoso del Cristianismo.

En el contexto de la comparación que hace Descartes con las ciudades antiguas la carencia de fundamento, el carácter desfondado del comienzo de las instituciones humanas debe ser considerado sólo en relación con aquello que les falta: un agente humano cuya biografía y posición en el tiempo sea identificable. El comienzo desfondado es una falta de fundamento, pero no una falta de principio. Las ciudades antiguas existen. Tienen, pues, un principio, un principio desfondado: habría que decir que el desfondamiento mismo es un principio, y un principio activo, pues es el principio desde donde hallamos con que no hay un comienzo.


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sábado, 10 de diciembre de 2011

El naufragio de la educación como arte y como ciencia en la sociedad cosificada. Nuevo libro de Gustavo Flores Quelopana

El naufragio de la educación como arte y como ciencia en la sociedad cosificada

Resumen, Parte I

Gustavo Flores Quelopana
Miembro de la Sociedad Peruana de Filosofia



Resumen

Una cultura que pone en primer lugar el “tener” al “ser” es antieducativa por naturaleza, ocasiona la huída de sí mismo, la evasión interior, el miedo al otro, instaura la crisis de la alteridad, suprime las carreras humanísticas porque no dan dinero, enfoca lo educativo como un bien de consumo en vez de verlo como inconmensurable y espiritual, cree que la educación es la formación de competencias ahondando el reduccionismo economicista de lo formativo, lleva hacia la obliteración de la inteligencia en plena era del conocimiento; lo cual hace imperativo darse cuenta que la era del conocimiento está naufragando y lo que hace falta ahora es ingresar a la era de la responsabilidad social en donde se deje de controlar el conocimiento y cese la supresión del espíritu crítico.

I
Se ha dicho que a la Era de la Máquina (revolución industrial de la sociedad mecanicista y burocrática) le sigue la Era del Conocimiento (revolución de la información de la sociedad humanista y cognoscitiva).Y, sin embargo, la Era del Conocimiento está naufragando porque la misma se está dando dentro de una civilización que no reconoce las dos dimensiones inherentes del hombre, a saber, la dimensión inmanente y la trascendente. Se queda miopemente con la primera y deshecha la segunda porque resulta siendo un estorbo para el deshumanizante consumismo de la sociedad anética y postmetafísica. ¡La persona humana está muriendo! porque el conocimiento, que es el que crea valor, está siendo instrumentalizada por la esencia del dinero, que es la indiferencia a todo valor. El capitalismo del final de los tiempos está culminando la tragedia de la cultura al completar el fetichismo de la mercancía en el corazón mismo del proceso educativo.

La situación de la educación en el Perú y en América Latina es dramática y no es muy distinta a la crisis que la sacude a nivel mundial. Quizá la diferencia notoria entre la educación en nuestra Subregión –a excepción de Cuba- y los países del Primer Mundo es la inversión tan desigual en el sector, pero lo que afecta por igual a ambos es aun más grave. Y se trata que la educación mundial esté enferma porque le falta un gran espíritu que la conmueva y motive. Una cultura que pone en primer lugar el “tener” al “ser” es antieducativa por naturaleza, ocasiona la huída de sí mismo, la evasión interior, el miedo al otro, instaura la crisis de la alteridad, suprime las carreras humanísticas porque no dan dinero, enfoca lo educativo como un bien de consumo en vez de verlo como inconmensurable y espiritual, cree que la educación es la formación de competencias ahondando el reduccionismo economicista de lo formativo, lleva hacia la obliteración de la inteligencia en plena era del conocimiento; lo cual hace imperativo darse cuenta que la era del conocimiento está naufragando y lo que hace falta ahora es ingresar a la era de la responsabilidad social en donde se deje de controlar el conocimiento y cese la supresión del espíritu crítico.

Nuestra educación se encuentra actualmente secuestrada por el lucro privado y la indiferencia pública. El modelo educativo por competencias se nos quiere presentar como la única alternativa, cuando existen otros modelos menos deshumanizadores, como el de las inteligencias múltiples, la espiral dinámica, etc. Y en plena expansión de la globalización neoliberal se pone en evidencia que los criterios de rentabilidad, eficiencia y productividad no se pueden aplicar a lo educativo. Lo educativo no es un valor cuantitativo sino cualitativo y por lo tanto sus criterios de evaluación deben ser igualmente cualitativos. El no hacerlo ha provocado que la calidad humana haya descendido ha profundidades tan alarmantes que una verdadera revolución educativa es cuanto más necesaria como imperiosa en momentos que en nuestras sociedades crecen las tendencias anéticas y anómicas. Para una subregión considerada como mercados emergentes es insostenible seguir ostentado un retraso de tres décadas en inversión y desarrollo humano-educativo. Es más, para tener una adecuada educación nuestras sociedades tienen la obligación de preguntarse qué tipo de sociedad quieren construir. Sin un proyecto de país las reformas educativas seguirán yendo a la deriva.

sábado, 3 de diciembre de 2011

La influencia divina en las constituciones políticas. Parte I


Los dioses y la política

I. El comienzo y el fundamento

Víctor Samuel Rivera

Universidad Nacional Federico Villarreal


El problema más fundamental de todo mundo político es su comienzo, y esto porque su comienzo es también su principio. Uno puede preguntarse de un comienzo cuándo acaeció y cómo. Es parte de la naturaleza de las cuestiones humanas en el mundo político la coincidencia entre su comienzo y su principio; es decir, el comienzo, en las cosas humanas, tiene un sentido metafísico. Nos referimos en particular a las instituciones humanas. El comienzo confiere carácter de ser, pues es el comienzo del ser, pero como comienzo también justifica, y cuando lo hace, entonces legitima y genera lo que podemos llamar por generalidad una “constitución política”. De esta simple apostilla, que no tiene la pretensión de afirmar nada original, vamos a derivar algunas reflexiones en torno a la religión, la política y la ética sin otra pretensión que hacer sugerente un asunto en el que podemos dar por sentado que es razonable el desacuerdo entre las opiniones humanas, que por ello son lo que son


Cuando las preguntas por el comienzo tienen respuesta, entonces el acontecimiento del origen puede ser narrado. Como un acercamiento general, el ser narrado coincide también con que ese comienzo puede ser atribuido a un agente. A los héroes fundadores, a un legislador. Pensemos en Solón de Atenas. El cuándo, el cómo y la narración acompañan al agente. Esta idea del comienzo como un cuándo, un cómo y una narración hacen del agente, del fundador, el prototipo de la fundación. De esta manera, él mismo o sus sucesores portan el significado del mundo político que ha tenido lugar con su intervención y, en un sentido fácil de admitir, sus sucesores están constituidos ellos mismos dentro de lo que es significado por la narración original, y son su original. De esta manera, hacen del agente la representación del todo político de lo fundado que, en terminología de Gadamer, podríamos llamar un “espacio de sentido” en el mundo histórico. El modelo ha caracterizado de alguna manera lo que podríamos llamar la metafísica política de la modernidad. Descartes consideró la imagen prototípica del agente fundador como una analogía para expresar lo que después sería una concepción moderna de la racionalidad. El fundador contiene el pensamiento del mundo político y obra sobre él de una manera análoga a como el Dios Todopoderoso del Cristianismo lo hace sobre el mundo creado. Como el Dios cristiano, hace del comienzo el principio del mundo, de ese espacio de sentido que es una ciudad. El origen de esta metáfora es la teología católica del origen del mundo, pero Descartes estaba pensando más bien en la capacidad humana para construir instituciones políticas a través de su razón autónoma. El legislador podía fundar porque podía pensar, porque podía pensar la constitución del mundo civil como un científico es capaz de formular una ley de las ciencias de la naturaleza. acaeció y cómo. Es parte de la naturaleza de las cuestiones humanas en el mundo político la coincidencia entre su comienzo y su principio; es decir, el comienzo, en las cosas humanas, tiene un sentido metafísico. Nos referimos en particular a las instituciones humanas.

El comienzo confiere carácter de ser, pues es el comienzo del ser, pero como comienzo también justifica, y cuando lo hace, entonces legitima y genera lo que podemos llamar por generalidad una “constitución política”. De esta simple apostilla, que no tiene la pretensión de afirmar nada original, vamos a derivar algunas reflexiones en torno a la religión, la política y la ética sin otra pretensión que hacer sugerente un asunto en el que podemos dar por sentado que es razonable el desacuerdo entre las opiniones humanas, que por ello son lo que son.

Es célebre esta cita del Discours de la Méthode de 1637. Escribió Descartes: “me percaté de que no existe tanta perfección en las obras realizadas por muchos maestros como existe cuando han sido ejecutadas por uno solo”. Hace entonces una referencia a las ciudades “modernas”, esto es, a las ciudades cuyo trazado había sido el objeto de un arquitecto para destacar su armonía. Son ciudades en cuyo trazo aparecen reguladas y con orden. Hay un paso de las obras humanas en general, para pasar a la ciudad, esto es, al mundo político, y al mundo político particular de las ciudades, esto es, de aquella referencia que expresa en la tradición griega el ámbito donde lo político es posible de ser pensado. Escribe algo más arriba que ofrece un halago a aquellos pueblos dichosos que “desde su comienzo han observado la constitución hecha por algún prudente legislador”. El legislador instala el comienzo. El comienzo es la apertura de un espacio de sentido que encuentra su representación en un hombre. Este hombre, el legislador, piensa el espacio y –literalmente- lo crea. Es interesante notar que un legislador muy perfecto, como Solón podría serlo, debía dejar muy poco lugar a las disensiones y los desacuerdos respecto del orden constitucional. Esto se debe a que subyace una concepción extraordinariamente optimista de la capacidad humana para establecer la Constitución. Si lo fundado es un espacio de sentido y el que funda lo representa, es de esperarse de sus sucesores que fueran especialmente poco permeables a alterar o cambiar la Constitución.

Respecto del comienzo uno no siempre puede preguntar cuándo. En caso de identificar el agente con un ser humano, es importante establecer, por decirlo así, los hechos del agente, que indican y prueban su humanidad. Simón Bolívar, por ejemplo, le da nombre a Bolivia. En algún sentido, Bolivia es su obra. Es notorio que Bolivia es un espacio de sentido que tiene un comienzo y que la mente de Bolívar contribuyó en el principio de ese comienzo. Joseph de Maistre hizo notar hace tiempo que la humanidad muy pocas veces puede decir cuándo realmente respecto de sus constituciones políticas. Por extraño que nos resulte a nosotros, sus posteriores, hacia el siglo XVIII y el tiempo de la Gran Revolución era una experiencia corriente que el comienzo estuviera rodeado de una atmósfera de niebla cognitiva. El Imperio de los Incas es fundado por unos agentes humanos, Manco Cápac y Mama Ocllo, de cuya biografía material los mitos que tratan de ellos no tienen mucho qué decirnos. De Rómulo y Remo sabemos más cosas, pero no son tan creíbles como los hechos biográficos de Bolívar redactados por un novelista. En estos comienzos donde el agente es dudoso o es anónimo, en realidad falta el comienzo propiamente dicho. Pero es manifiesto que hay una narración del comienzo y es por ello que conocemos de Manco Cápac y Mama Ocllo. También hay una Constitución política, pues es un hecho que el Imperio Incaico fue un espacio de sentido. Y de éste siempre podemos decir que ha sido fundado. Lo que nos falta saber es por quién y cuándo, pero sabemos que eso no importa. No hay un comienzo, pero es inevitable comprender que sí hay un principio, esto es, el espacio de sentido sí puede justificarse, y puede decirse de él si es legítimo.


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jueves, 1 de diciembre de 2011

Evohé, Revista de Filosofía Villarrealina (Año 02, Nº 02, 2011)



Evohé, Revista de Filosofía Villarrealina ha sacado su segundo número.

Víctor Samuel Rivera

Interesante esfuerzo de los estudiantes y egresados de Filosofía de la Universidad Nacional Federico Villarreal (Lima). Estrena un nuevo comité internacional, en el que destaca la figura de Gianni Vattimo, el hermeneuta de Turín. Contiene una traducción nueva de la "Lección de despedida/ Del diálogo al conflicto" (2008), conferencia con la que Vattimo dejó la enseñanza universitaria en Turín. Aunque existe traducción española de Paloma Oñate, la presente, de Margareth del Piélago, es un detalle aparte, en particular por el esfuerzo especial de incorporar la traducción del italiano en un contexto filosófico. Dejo a criterio de los especialistas el logro alcanzado. De la misma manera, deben destacarse textos de Alberto Benavides Ganoza, Ricardo Paredes Vassallo, Zenón Depaz, entre otros. Se incluye un texto inédito de Víctor Samuel Rivera, la versión original de la conferencia sobre hermenéutica y revolución "La Muerte de Pedro III", que dictó en la Universidad de Buenos Aires en 2009.

Son notables las colaboraciones de los egresados, en particular el texto de José Chocce Peña "El principio del fin. Cuatro discursos sobre el Perú actual" (pp. 164-188), en que su autor contrapone y compara el pensamiento sobre el Perú de José Ignacio López Soria, Ricardo Paredes Vassallo, Juan Abugattás y Víctor Samuel Rivera. Esto último va a ser objeto de respuesta en mi blog personal.

Tres dimensiones de un mundo en crisis (segunda edición)/ Alfonso Jaguande



Recomendado de La Coalición:




Título: Tres dimensiones de un mundo en crisis. Filosofía, Ciencia Política, Globalización. Una contribución a la lucha contra el neoesclavismo.

Autor: Alfonso Jaguande d'Anjoy

Lima, sin pie de imprenta, 2010, 2011, 138 pp.

Incluye comentarios de Francisco Miroquesada, Francisco Miroquesada Rada, Theotonio Dos Santos y César Reyes.

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